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¿Qué influye más en el hombre: la genética o la sociedad?

  • Foto del escritor: yunuen0
    yunuen0
  • 21 jun 2021
  • 16 Min. de lectura

“El hombre es un experimento; el tiempo demostrará si

valía la pena”.

Mark Twain


INTRODUCCIÓN


A lo largo de los siglos, infinidad de pensadores se han cuestionado sobre el hombre. Es un tema tan compejo y profundo, que ha sido difícil descubrir verdades absolutas, siempre que se estudia sobre el hombre, se llegan a más preguntas que respuestas.

Es importante tomar en cuenta, cada una de las perpectivas, que a lo largo de los siglos se nos han presentado sobre el hombre. Integrarlas nos permiten tener una visión mucho más completa del ser humano. Podemos afirmar, que cada visión, posee una parte de verdad, por más minúscula que sea esa verdad. Animémonos a investigar sobre posturas radicales, que enriquecen más nuestro conocimiento. Una de las intenciones de este ensayo, es presentar percepciones muy diferentes, que nos lleven a una mayor profundidad de pensamiento.

Emerich Coreth, menciona que “el interrogatorio no puede cesar en tanto exista el pensamiento humano que de continuo pregunta e investiga” (Coreth, 1976, p. 32). Mientras el hombre exista, seguiremos profundizando en quiénes somos. Esto resulta apasionante, porque nos lleva por un camino de reflexión, introspección, conexión con nuestro ser.


A lo largo de esta reflexión, nos ejercitaremos en ese rasgo propio que menciona Emerich: cuestionarnos, reflexionar, analizar temas sobre el hombre y su ser social.


Sabemos que un elemento esencial en el ser humano, es su ser social. Y de ese ser social, se derivan alguos conflictos o dilemas humanos, entre ellos están: las múltiples raíces de nuestro sufrimiento, el animal moralista, la política, la violencia, el género y los hijos.

Ante esos dilemas, hay diversas posturas para enfrentarlos. En este ensayo, nos limitaremos a reflexionar sobre un solo conflicto: la violencia. Para abordar ese tema, partiremos de las siguientes cuestiones: ¿existe una naturaleza humana?, si existe, ¿cuál es esa naturaleza?, ¿el hombre es bueno o malo por naturaleza? ¿El hombre es violento por naturaleza? ¿Es la sociedad la que hace violento al hombre?



PALABRAS CLAVE

Tabula rasa, naturaleza humana, violencia.


DESARROLLO

¿El hombre tiene naturaleza? Una de las principales ideologías, que dominó en la Edad Media y sigue prevaleciendo en ciertos sectores, es la ideología judeocristiana. Esta ideología afirma, que el hombre sí tiene una naturaleza, y ofrece una propuesta muy clara de, en qué consiste esa naturaleza humana.

Durante siglos, las principales teorías sobre la naturaleza humana han surgido de la religión. La tradición judeocristiana, por ejemplo, ofrece explicaciones de las materias que hoy estudian la biología y la psicología. Los seres humanos están hechos a imagen de Dios y no guardan relación con los animales. Las mujeres proceden de los hombres y están destinadas a ser gobernadas por ellos. La mente es una sustancia inmaterial: cuenta con unos poderes que no se basan puramente en la estructura física, y puede seguir existiendo cuando el cuerpo muere. La mente está formada por varios componentes, incluidos un sentido moral, una capacidad para amar, una habilidad para razonar que reconoce si un acto se ajusta a los ideales de la bondad y una facultad de decisión que determina cómo comportarse (Pinker, 2003, p. 13).

Una de las razones por las cuales esta ideología se fortaleció y en algunos sectores sigue prevaleciendo con mucha fuerza, fue porque durante varios siglos, la Iglesia fue la encargada de la educación, así que se encargo de propagar y afianzar su ideología. El principal fundamento de su idelogía era la fe.

Al final de la Edad Media, varios pensadores, “cansados” de no encontrar respuestas que no tuvieran como fundamento la fe, en lo que no era observable, se “rebelaron” y como contrarespuesta a la ideología prevaleciente de esa época, propusieron el empirismo. Esta corriente tiene como fundamento que la verdad está en lo observable, en lo que se puede comprobar, experimentar. Querían descubrir la verdad, dede lo observable. Entre los grandes teóricos del empirismo, se encuentra Locke.

Locke, también en su momento se cuestionó sobre el hombre, sobre su naturaleza. Y para ser coherente con su teoría empirista, concluye que el hombre no tiene naturaleza, afirma que el hombre es una “tabla rasa”.

¿Qués es la tabla rasa? “la idea de que la mente humana carece de una estructura inherente y que la sociedad y nosotros mismos podemos escribir en ella a voluntad” (Pinker, 2003, p. 15).

«Tabla rasa» es una traducción impropia de Tabula rasa, una expresión latina que significa literalmente «tablilla raspada». Su uso en el sentido que aquí le damos se atribuye comúnmente al filósofo John Locke (1632-1704), aunque en realidad éste empleó una imagen diferente. Éste es el conocido pasaje del Ensayo sobre el entendimiento humano:

Supongamos que la mente es, como decimos, un papel en blanco, vacío de cualquier carácter, sin ninguna idea. ¿Cómo se rellena? ¿De dónde le llega toda esa enorme provisión que la fantasía desbordada y sin límites del hombre ha pintado sobre ella con una variedad casi infinita? ¿De dónde proceden todos los materiales de la razón y el conocimiento? Para responder con una sola palabra, de la EXPERIENCIA. (Pinker, 2003, pp. 16-17).

Esta nueva postura de Locke, trajo un gran impacto e influencia en los pensadores de esa época. “En consecuencia, la teoría judeocristiana de la naturaleza humana ya no cuenta con la aprobación explícita de la mayoría de los académicos, periodistas, analistas sociales y otras personas del ámbito intelectual” (Pinker, 2003, p. 15).

Es un hecho que la tabula rasa existe, al menos como un constructo social. Y es necesaria su existencia, ya que es el fundamento de la corriente empirista, es imprescindible para que su teoría tuviera coherencia.

Una teoría que se deriva de esta corriente, es el conductismo.

El fundador del conductismo, John B. Watson (1878-1958), escribió una de las declaraciones más famosas del siglo de la Tabla Rasa:

Dadme una docena de niños sanos, bien formados, y mi mundo especificado donde criarles, y garantizo que tomaré a cualquiera de ellos al azar y le educaré para que llegue a ser cualquier tipo de especialista que yo decida: médico, abogado, artista, comerciante y, sí, incluso pordiosero y ladrón, cualesquiera que sean sus dotes, inclinaciones, tendencias, habilidades, vocaciones y la raza de sus antepasados(10). (Pinker, 2003, p. 36).

El conductismo no sólo se adueñó de la psicología, sino que se introdujo en la conciencia pública. Watson escribió un influyente manual para la educación de los hijos, en el que se recomendaba que los padres fijaran unos horarios estrictos de las comidas de sus hijos, y les prestaran la mínima atención y el mínimo cariño. Si se consuela al niño que llora, decía, se le premia por llorar, con lo cual aumentará la frecuencia de tal conducta. (Pinker, 2003, pp. 38-39).

Como vemos, esta ideología ha tenido gran influencia, no solo en la filosofía, sino que se ha permeado en la educación, psicología, sociología.

El afirmar que el hombre no posee una naturaleza humana puede traer serias consecuencias. Si no existe una esencia que define al hombre, si viene en blanco, la sociedad puede hacer con él lo que sea, depende de la sociedad en la que se encuentre, determinará su identidad y comportamiento. El único “culpable” de la bueno o malo del hombre, será la sociedad.

“La mente no puede ser una tabla rasa, porque las tablas rasas no hacen nada” (Pinker, 2003, p. 60).

Leibniz repetía la consigna empirista: «Nada hay en el intelecto que no estuviera antes en los sentidos», para añadir después: «excepto el propio intelecto». Algo debe haber en la mente que sea innato, aunque sólo sean los mecanismos que realizan el aprendizaje (Pinker, 2003, p. 60).

Yo concluyo que sí existe una naturaleza humana.

La concepción judeocristiana todavía sigue siendo la teoría de la naturaleza humana más popular en Estados Unidos. Según encuestas recientes, el 76% de los estadounidenses cree en la versión bíblica de la creación; el 79% cree que los milagros que se narran en la Biblia ocurrieron de verdad; el 76% cree en los ángeles, el demonio y otros seres inmateriales; el 67% cree que existirá de alguna forma después de la muerte; y sólo el 15% cree que la teoría de la evolución de Darwin es la mejor explicación del origen de la vida en la Tierra(5). (Pinker, 2003, pp. 14-15).

Si afirmamos que la naturaleza humana existe, la siguiente pregunta, que se deriva, es: ¿cuál es esa naturaleza humana? Sin duda, es una pregunta, que no es tan fácil de responder. En términos generales, podríamos decir que la naturaleza humana parte de la genética que nos lleva a ciertas predisposiciones: lenguaje, emociones, temperamento y nuestras capacidad racional. Después de esas predisposiciones, lo que va definiendo la identidad humana es la crianza y la sociedad.

Por lo tanto, el hombre no viene como una hoja en blanco, como dicen los empiristas, pero definitivamente, sería absurdo concluir que la sociedad no influye en el ser humano. Tanto la genética, como la sociedad van definiendo al ser humano. Ante esta afirmación, nos podríamos preguntar, ¿qué influye más en el hombre: la genética o la sociedad? Considero que no existe una respuesta absoluta, ya que las dos tienen una fuerte influencia. Me atrevería a decir, que depende de cada ser humano, a qué le da mayor importancia.

Víctor Frankl, el autor del libro El hombre en busca de sentido, concluye que hay un tercer elemento, que define al ser humano: la voluntad. Menciona que tenemos la capaciad de decidir qué tipo de indentidad queremos ir fraguando, a pesar de nuestra carga genética y la sociedad en la que nos desenvolvemos.

¿Tú, a qué le dás mayor peso en la identidad del hombre: genética, sociedad o voluntad?

¿Cuál es mi concepción de ser humano, es bueno o malo por naturaleza? Esta es una de las grandes cuestiones de la filosofía. La doctrina de la Tabla Rasa, tiene una postura, ante esta cuestión:

La doctrina de la Tabla Rasa suele ir acompañada de otras dos, que también han alcanzado un estatus sagrado en la vida intelectual moderna. El nombre que le doy a la primera se atribuye generalmente al filósofo Jean-Jacques Rousseau (1712-1778), aunque en realidad procede de la obra The Conquest of Granada, de John Dryden, publicada en 1670:

Soy tan libre como la naturaleza hizo al hombre al principio, / antes de que surgieran las abyectas leyes de la servidumbre, / cuando el buen salvaje corría montaraz por los bosques.

La idea del Buen Salvaje se inspiró en los descubrimientos coloniales europeos de los pueblos indígenas de América, África y, más tarde, Oceanía. Recoge la creencia de que los seres humanos, en su estado natural, son desinteresados, pacíficos y tranquilos, y que males como la codicia, la ansiedad y la violencia son producto de la civilización. (Pinker, 2003, pp. 18-19).

Rousseau no creía literalmente en una tabla rasa, pero sí pensaba que la mala conducta es un producto del aprendizaje y la socialización. «Los hombres son perversos -dijo-; huelgan las pruebas ante la triste y permanente experiencia(10).» Pero esta maldad surge de la sociedad: «No existe en el corazón humano la perversidad original. No se puede encontrar en él ni un solo vicio del que no se pueda explicar cómo y cuándo penetró en él» (Pinker, 2003, p. 25).

Hobbes, en oposición a la postura de Rousseau, afirmaba que el hombre era malo por naturaleza y que necesitaba de un poder absoluto para poder convivir. “Es evidente, pues, que los hombres, durante el tiempo en que viven sin un poder común que les infunda temor, se encuentran en esa situación que llamamos guerra; una guerra de cada hombre contra cada hombre” (Pinker, 2003, p. 19).

La respuesta que cada persona tenga sobre esta pregunta, es crucial, por la concepción que va a tener del ser humano y cómo va a ser su relación con el otro. Si, se inclina hacia la idea de Rousseau, va a confiar en el hombre y en su capacidad de buscar el bien. Si se inclina a la idea de Hobbes, parte de la desconfianza del hombre y de la necesidad de tener una ley, que proteja al hombre del mismo hombre.

A mí, me gusta pensar que el hombre es bueno. Esta postura me lleva a confiar en él, a tener la esperanza que el hombre siempre puede tender a ser mejor, a buscar el bien para sí y para los que están a su alrededor.

La última pregunta, en la que me gustaría profundizar, es: ¿el hombre es violento por naturaleza?

Partamos de una definición de la violencia: “la violencia es el acto efectivo de intervención, con intencionalidad voluntaria de causar daño, perjuicio o influencia en la conducta de otra persona o en otras personas, y a su vez en sus acciones potenciales” (Cuervo, 2016, p. 83).

La violencia pueden ser física (la guerra, las luchas étnicas, las batallas territoriales, las enemistades sangrientas y los homicidios individuales) o psicológica, que en ocasiones es más grave.

Realicé una encuesta, sobre si la violencia era natural al hombre o no. La encuesta, fue respondida por 79 personas, el 91% respondió que no, y el 9% respondió que sí.

El psicoanalista Freud menciona que tenemos pulsiones y deseos y la sociedad nos corrige, por lo tanto la violencia es reprimida.

Diferentes religiones, llegan a justificar la violencia, cuando la fe se ve implicada. Algunos ejemplos son: es el terrorismo ejercido por los musulmanes, la guerra cristera y cruzadas de la religión católica.

La neurociencia afirma, que la violencia no es natural al hombre. Que si de nacimiento tiende a la violencia, es por ciertas lesiones. “Los asesinos convictos y otras personas violentas y antisociales suelen tener una corteza prefrontal más pequeña y menos activa, la parte del cerebro que rige la toma de decisiones e inhibe los impulsos (Pinker, 2003, pp. 76-77).

La lesión de los lóbulos frontales no sólo entorpece a la persona o le limita su repertorio conductual, sino que puede desencadenar ataques agresivos. Ocurre porque los lóbulos dañados ya no sirven como frenos inhibidores de las partes del sistema límbico, en particular un circuito que une la amígdala con el hipotálamo por una vía llamada stria terminalis. Las conexiones entre el lóbulo frontal de cada hemisferio y el sistema límbico constituyen una palanca con la que el conocimiento y los objetivos de la persona pueden anular otros mecanismos, y entre estos mecanismos parece que hay uno diseñado para generar la conducta que daña a otras personas (Pinker, 2003, p. 75).

No sólo los temperamentos desagradables son en parte hereditarios, sino también la propia conducta con sus consecuencias reales. Estudio tras otro se ha demostrado que la disposición a cometer actos antisociales, incluidos el mentir, robar, iniciar peleas y destruir la propiedad, es en parte hereditaria (aunque, como ocurre con todos los rasgos hereditarios, se ejerce más en unos entornos que en otros)(52). De las personas que cometen actos realmente abyectos, como estafar a ancianos los ahorros de toda su vida, violar a mujeres o disparar contra los dependientes a los que se hace tumbar en el suelo durante un atraco, se dice a menudo que padecen una «psicopatía» o un «trastorno de personalidad antisocial»(53). La mayoría de los psicópatas muestran signos de maldad desde la infancia. Acosan y molestan a los niños más pequeños, torturan a los animales, mienten habitualmente y son incapaces de empatizar o de sentir remordimientos, muchas veces a pesar de una situación familiar normal y de los mejores esfuerzos de sus angustiados padres. La mayor parte de los especialistas en psicología piensan que la causa está en una predisposición genética, aunque en algunos casos puede proceder de alguna temprana lesión cerebral(54). (Pinker, 2003, p. 87).

Entonces si la violencia, no forma parte de la naturaleza, ¿es la sociedad la que hace al hombre violento?

La mayoría de los países del Tercer Mundo, y muchas de las antiguas repúblicas de la Unión Soviética, son considerablemente más violentos, y no tienen nada que se parezca a la tradición de individualismo de Estados Unidos. En lo que respecta a las normas de la masculinidad y el sexismo, España tiene su machismo, Italia su braggadocio y Japón sus rígidos roles de género y, sin embargo, sus índices de homicidios son una fracción de los de Estados Unidos, un país más influido por el feminismo. El arquetipo del héroe masculino dispuesto a usar la violencia por una causa justa es uno de los motivos más comunes de la mitología, y se puede encontrar en muchas culturas que tienen unos índices de delincuencia violenta relativamente bajos. (Pinker, 2003, p. 494).

¿Y los demás sospechosos habituales? Las armas, la discriminación y la pobreza desempeñan un papel en la violencia, pero en ningún caso se trata de un papel simple ni decisivo. Es evidente que las armas hacen más fácil que las personas maten y más difícil que, antes de que se produzca una muerte, traten de suavizar el enfrentamiento, de modo que se multiplica el carácter letal de los conflictos, grandes y pequeños. No obstante, muchas sociedades tuvieron un grado escalofriante de violencia antes de que se inventaran las armas, y la gente no se mata entre sí automáticamente por el hecho de que puedan acceder a las armas. Los israelíes y los suizos están armados hasta los dientes, pero tienen una baja tasa de delincuencia personal violenta, y entre los Estados norteamericanos, Maine y Dakota del Norte tienen los índices más bajos de homicidios pese a que prácticamente en todos los hogares hay un arma. La idea de que las armas aumentan la delincuencia letal, aunque sea perfectamente verosímil, ha sido tan difícil de demostrar que en 1998 el estudioso del derecho John Lott publicó un libro de análisis estadísticos con un título que hace ostentación de la conclusión contraria: More Guns, Less Crime («Más armas, menos delincuencia»). Aun en el caso de que se equivocara, como sospecho que ocurre, no es fácil demostrar que más armas signifiquen más delincuencia. (Pinker, 2003, p. 496).

Por lo tanto podríamos concluir, que la sociedad no es la que determina que el hombre sea violento, lo puedo influir, pero no determinar. “En cualquier caso, la genética y la neurociencia demuestran que no siempre se puede culpar de un corazón siniestro a los padres o a la sociedad” (Pinker, 2003, p. 87).

Pocas dudas caben de que algunos individuos son constitucionalmente más proclives a la violencia que otros. Pensemos, para empezar, en los hombres: en todas las culturas, los hombres matan a hombres de veinte a cuarenta veces más que las mujeres matan a mujeres. Y quienes se llevan la mejor parte son los hombres jóvenes, de edades comprendidas entre los quince y los treinta años. Además, algunos jóvenes son más violentos que otros. Según algunos cálculos, el 7 % de los varones jóvenes comete el 79% de los delitos violentos repetidos. Los psicólogos creen que los individuos propensos a la violencia tienen un perfil de personalidad distintivo. Suelen ser impulsivos, poco inteligentes, hiperactivos y de atención deficiente. Se les describe como poseedores de un «temperamento oposicional»: son reivindicativos, se enfurecen fácilmente, se resisten al control, molestan deliberadamente y son proclives a culpar de todo a otras personas. Los más crueles de ellos son psicópatas, personas que carecen de conciencia y constituyen un porcentaje sustancial de los asesinos. Estos rasgos aparecen en la primera infancia, persisten a lo largo de toda la vida y son en gran medida hereditarios, aunque nunca del todo. (Pinker, 2003, p. 502).

Con todas estas evidencias, concluímos que el hombre no es violento por naturaleza, pero por naturaleza sí tiende a ser agresivo. Un ejemplo de esta afirmación, es cuando comemos. Para comer necesitamos cierta dosis de agresión, necesitamos masticar, morder.

Cuando observamos el cuerpo y el cerebro humanos, encontramos más signos directos de un diseño para la agresividad. El mayor tamaño, la mayor fuerza y la masa superior del cuerpo de los hombres es una señal zoológica de una historia evolutiva de competencia entre machos. Otros signos incluyen los efectos de la testosterona en el dominio y la violencia, el sentimiento de ira (completado con el apretar los dientes caninos y el cerrar los puños), la reacción del sistema nervioso automático a la que significativamente llamamos «luchar» o «huir», y el hecho de que el trastorno de los sistemas inhibidores del cerebro (por el alcohol, la lesión del lóbulo frontal o la amígdala, o unos genes defectuosos que intervienen en el metabolismo de la serotonina) puede conducir a ataques agresivos, iniciados por los circuitos del sistema límbico (Pinker, 2003, p. 504).

En todas la culturas, los muchachos participan en juegos bruscos, lo cual es una práctica manifiesta de la lucha. También se dividen en coaliciones que compiten de forma agresiva (algo que recuerda la observación atribuida al duque de Wellington de que «la batalla de Waterloo se gestó en los campos de juego de Eton»). Y los niños son violentos mucho antes de que les hayan infectado los juguetes bélicos o los estereotipos culturales. La edad más violenta no es la adolescencia, sino la primera infancia, entre 1 año y los 2 años y medio: en un extenso estudio reciente, casi la mitad de los niños que apenas superaban los 2 años, y un porcentaje un poco inferior de niñas, se peleaban, se mordían y se daban patadas. Como señalaba el autor: «Los bebés no se matan entre sí porque no dejamos que puedan acceder a los cuchillos y las armas. La pregunta [...] que llevamos treinta años intentando responder es cómo aprenden los niños a ser agresivos. [Pero] es una pregunta equivocada. La pregunta correcta es cómo aprenden a no serlo(44)». (Pinker, 2003, p. 505).

Hobbes menciona, que existen tres causas principales para la pelea:

En primer lugar, la competencia; segundo, la inseguridad; tercero, la gloria. La primera hace que los hombres invadan por la ganancia; la segunda, por la seguridad; y la tercera, por la reputación. La primera usa la violencia para adueñarse de las personas, las mujeres, los hijos y el ganado de otros hombres; la segunda, para defenderlos; la tercera, por nimiedades, como una palabra, una sonrisa, una opinión diferente y cualquier otro signo de menosprecio, sea en relación directa con sus personas, o de forma refleja con sus familiares, sus amigos, su país, su profesión o su nombre. Hobbes, 1651/1957, pág. 185. (Pinker, 2003, p. 508).

Para terminar este apartado, quiero hacer una última reflexión sobre la violencia en México:

Elena Azaola desarrolla muy cuidadosamente un argumento acerca de las causales de esta espiral de violencia. Con aplomo y parsimonia la autora aporta evidencia empírica extraída de distintas fuentes —informes públicos y privados, estadísticas oficiales, periódicos, fuentes secundarias— para sostener que, a su juicio, hay tres factores o argumentos que explican los actuales niveles de violencia: a) una herencia de un México ya violento; b) un debilitamiento de las instituciones del Estado Mexicano y una serie de políticas desacertadas, y c) un conjunto de debilidades sociales que se constatan en los altos grados de marginalidad, pobreza y falta de inclusión social. (Bergman, 2013, p. 68)

Presentaré una serie histórica de estadísticas relacionadas con la violencia durante el primer semestre de 1990 a 2020. Estas estadísticas son presentadas por el INEGI, y nos pueden llevar a reflexionar sobre la violencia en nuestro país, tomar conciencia de ella y analizar qué podemos hacer al respecto. Las conclusiones de cada dato estadístico, se las dejo a cada lector.








CONCLUSIONES

Estoy segura que tanto para ti lector, como para mí, esta reflexión sobre diversos cuestionamientos sobre el ser humano, nos llevó a una visión mucho más completa del ser humano. Y definitivamente terminamos con más preguntas que respuestas. Es apasioante no encontrar verdades absolutas, ya que es una invitación a seguir reflexionando sobre nosotros mismos, a tomar conciencia de qué tipo de ser humano quiero ser, y recorrer un camino en el que vaya acercándome a la verdad.

Quizá llegas a conclusiones distintas a las mías, ya que cada persona tiene una carga genética diferente, vive en un contexto particular, influído por diversos grupos sociales.

Yo concluyo que el hombre sí tiene naturaleza, esa naturaleza es una carga genética que lo lleva a ciertas predisposiciones en su ser y actuar. La sociedad influye en él. Depende de cada uno, qué tanto permite que la genética y la sociedad, determine su indentidad, y si es consciente de un tercer elemento: la voluntad. La capacidad de tomar decisiones, por sí solo.

El hombre es bueno, y por lo tanto su naturaleza no es ser violento, sino agresivo. Y esa agresividad no tiene ninguna connotación moral, al contrario es una fuerza que lo impulsa a tomar decisiones, a cubrir desde necesidades básicas hasta la fuerza necesaria para cumplir sus metas.

Termino con una serie de preguntas que surgen a partir de la reflexión de este ensayo: ¿los conflictos mencionados al inicio de este esrito, existirían si el hombre no fuera un ser social? ¿Podría el hombre vivir sin formar parte de un grupo? ¿Realmente somos capaces de tomar decisiones, por nosotros mismos? ¿Todo hombre, porlo menos en algún momento de su vida ejerce su libertad, o hay algunos hombres que nunca la ejercen y su vida la determina su genética o la sociedad?


REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Bergman, M. (2013). La violencia en México: algunas aproximaciones académicas. Desacatos. Revista de Ciencias Sociales, 40, 65. https://doi.org/10.29340/40.256



Coreth, Emerich. (1978). “¿Qué es el hombre? Esquema de una antropología


filosófica”. Barcelona: Herder, pp. 29-45.

Mankeliunas, Mateo, V. “Inmanencia y trascendencia en la persona humana”.



Cuervo, E. (2014). Exploración del concepto de violencia y sus implicaciones en educación. Política y cultura, 46, 77–97. http://www.scielo.org.mx/pdf/polcul/n46/0188-7742-polcul-46-00077.pdf


Inegi, G. E. D. N. I. Y. (2021, 26 enero). Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI). https://www.inegi.org.mx/contenidos/saladeprensa/boletines/2021/EstSociodemo/Defcioneshomicidio_En-Jun2020.pdf. https://www.inegi.org.mx



Pinker, S. (2003) La tabla rasa: la negación moderna de la naturaleza humana.

Barcelona: Paidós.

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